Los demostrativos y el vampirismo sentimental (afectivo-sentimental)
El puente de la atención. Capítulo 18.
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Inicialmente, todos los seres humanos caemos en la autocompasión y en la dependencia. Nos rendimos antes nuestros sentimientos de desamor y nos compadecemos de nosotros mismos a la espera de que otras personas, después de transferirnos sus sentimientos de autocompasión[1], hagan suyos nuestros problemas y nos ayuden a resolverlos.
Este es un modelo de conducta que todos arraigamos profundamente en nuestras personalidades, debido a la insoslayable circunstancia de que, a partir del momento en que se produce nuestra llegada al mundo, nos pasamos mucho tiempo dependiendo totalmente de las formas de atención que otras personas nos confieren. Transcurren años enteros en los que ni siquiera poseemos la movilidad y el entendimiento suficiente para poder autoabastecernos del agua o alimentos necesarios para nuestra supervivencia.
Pero conforme crecemos y maduramos, no todos nos sentimos cómodos admitiendo nuestros sentimientos de inferioridad, incapacidad, insuficiencia, dependencia, etcétera… Y, a falta de encontrar la manera de arrancárnoslos de raíz, hacemos todo lo que está en nuestras manos por ocultarlos o alejarlos de nuestras consciencias y de las de quienes nos rodean, tratando de proyectar una imagen personal diametralmente opuesta a aquella que, bajo el influjo de estos sentimientos, sentimos poseer.
Actuamos como demostrativos cuando intentamos encubrir nuestros sentimientos de inferioridad y desamor a base de demostrarnos a nosotros mismos y a quienes nos rodean lo contrario de lo que sentimos; es decir, ser más o mejores que los demás y sentirnos muy pagados de nosotros mismos debido a ello.
Si desarrollamos sentimientos, por ejemplo, de inferioridad y desamor, debido a que razonamos ser poco carismáticos, valientes o útiles, pondremos toda la carne en el asador para demostrar que ser muy carismáticos, valientes o útiles, y muy dignos de amor y admiración debido a ello.
Este modus operandi es el que convierte a los demostrativos en vampiros afectivo-sentimentales. Puesto que, como ya vimos en el capítulo “Flujos de energía vital y energías sutiles combinados”, una persona no puede transferir sobre otra un sentimiento, sin por ello desarrollar para consigo misma el sentimiento contrapuesto. Lo que significa que para demostrar que uno es muy, más o mejor “lo que quiera que sea”, necesita encontrar el camino que conduzca a su público a sentirse poco, menos o peor “lo que quiera que esto mismo sea”.
Ésta es una verdad como la copa de un pino y, si no somos capaces de reconocerla, es porque nunca fuimos lo suficientemente honestos para reconocernos a nosotros mismos el verdadero alcance de las formas de expresión o reclamación atencional ––discursos, comentarios, miradas, suspiros, ademanes, etcétera––, que empleamos para el sustento de las demostraciones de valor personal que empleamos para obtener el reconocimiento y la admiración de nuestros semejantes.
Por poco que al demostrativo le interese reconocérselo a sí mismo, sus demostraciones de valía siempre se cimentan sobre formas de arrogancia o descalificación que abocan a sus víctimas al desarrollo de los mismos sentimientos de inferioridad y desamor de los que ellos quieren liberarse.
Pongamos a un niño que, tras sentirse rechazado por la niña de la que estaba perdidamente enamorado, desarrolló el sentimiento de no ser lo suficientemente atractivo o seductor para el sexo opuesto.
¿Qué podría hacer, pasado el ineludible mal trago inicial, para tratar de encubrir dicho sentimiento, por ejemplo, ante sus amigos?
Alardear de sus muchas conquistas ––reales o inventadas–– de índole sexual; afirmar que muchas de las niñas que conocen están locas por él; o, entre otras muchas posibilidades, hacer hincapié una vez tras otra en el hecho ––real o imaginario–– de que éstas no paran de mirarlo.
Y, ¿qué pensarían y qué sentimientos desarrollarían aquellos de sus amigos que se dejasen convencer ––justificada o injustificadamente–– por tales demostraciones de valía?
“Si él ha tenido tantas novias y nosotros solo una o ninguna…”
“Si tantas chicas están enamoradas de él, y de nosotros ninguna, o tan solo esa que apenas nos gusta…”
“Si tantas chicas le miran a él…”
Pensarían que son menos atractivos o seductores que él, o incluso que no lo son en absoluto. Y desarrollarían para consigo mismos sentimientos de inferioridad y desamor, mientras que desarrollarían y transferirían sentimientos de admiración y superioridad hacia su “don Juanesco” amigo.
Nuestro mensaje ––subrepticio o no–– como demostrativos o vampiros afectivo-sentimentales, será siempre el mismo: “yo soy más que los demás”. Mensaje que conlleva implícito un “los demás son menos que yo”, o incluso un mucho más directo y devastador “tú eres menos que yo”.
Concatenación de mensajes que se transfigurará en un “lo mío es más que lo de los demás”, “lo de los demás es menos que lo mío” y “lo tuyo es menos que lo mío”, cuando intentemos demostrar lo mucho que valemos y nos amamos a nosotros mismos proyectándonos en aquello que poseemos o sentimos poseer, en comparación con lo que otros poseen o sienten poseer.
Los elementos externos a nosotros mismos ––más o menos ridículos–– de los que podemos intentar valernos para compensar o encubrir nuestros sentimientos de inferioridad ––esto es, para pegarle el vampirazo afectivosentimental a nuestros semejantes––, son innumerables: mi pareja es más guapa que la tuya; mi perro tiene pedigrí y el tuyo no; mi coche es más moderno que el tuyo; mi ropa es de marca y la tuya no; mi página facebook es más bonita que la tuya; mi equipo de fútbol ha ganado la liga y el tuyo ha bajado a segunda división; yo gano más dinero que tú; mi teléfono móvil tiene funciones que el tuyo no tiene…
Dependiendo de qué sentimientos de inferioridad pretendamos enmascarar, interpretaremos una amplia amalgama de arquetipos de demostrativo. Estos son solo algunos de los más usuales:
El gallito/ la amazona: codicia sentimientos de valor e incluso de capacidad para la intimidación; inspira sentimientos de cobardía e indefensión.
El don Juan/ la diva: codicia sentimientos de atractivo y éxito en los lances sexuales o amorosos; e inspira sentimientos de ser poco atractivo o incluso un fracasado en lo que a conquistas sexuales o románticas se refiere.
El listillo/ la listilla: codicia sentimientos de agudeza y velocidad mental; inspira sentimientos de ser poco inteligente, mentalmente lento, e incluso de poseer una excesiva inocencia ––vale decir, de ser un pardillo––.
El/ la sabelotodo: codicia sentimientos de formación cultural o académica; inspira sentimientos de incultura e ignorancia en el sentido académico.
El/ la superguay: codicia sentimientos de simpatía e integración social; inspira sentimientos de desintegración social, e incluso de no ser lo suficientemente simpático o agradable como para ganarse tantas o tan buenas amistades como “el superguay” alardea poseer.
Mr./ Mrs. Happy: codicia sentimientos de ser feliz o de felicidad; inspira el sentimiento de no poseer una vida plena o incluso de ser un amargado.
Mr./ Mrs. “Déjame a mí que tú no sabes”: codicia sentimientos de buen hacer o utilidad; inspira el sentimiento de ser poco útil o incluso un inútil.
Mr./ Mrs. Formal: codicia sentimientos de protocolo y buena educación; inspira el sentimiento de no saber comportarse en público o de ser un impresentable y un maleducado.
El/ La superprofesional: codicia sentimientos de ser mejor que nadie desempeñando su trabajo o profesión; inspira sentimientos de no desempeñarse bien o de no ser bueno en el ámbito profesional.
El don Perfecto/ doña Perfecta: codicia prácticamente cualquier tipo de sentimiento que el individuo en particular considere digno de admiración; inspira los sentimientos diametralmente opuestos a aquellos que codicia.
El falso maestro/a espiritual: codicia sentimientos de sabiduría en su sentido más profundo y de desarrollo espiritual; inspira sentimientos de falta de sabiduría y desarrollo espiritual.
El brujo/a oscuro/a: codicia sentimientos vinculados al desarrollo de la intuición y demás capacidades consideradas mágicas o paranormales; inspira el sentimiento de ser excesivamente racionalista y mundano, e incluso el de no poder llegar nunca a desarrollarse intuitiva o paranormalmente.
Y, dependiendo del cómo nos las ingeniemos para exteriorizar la que, en cualquiera de estos casos, es nuestra arrogancia o pretensión de que nuestros interlocutores desarrollen hacia nosotros y nos transfieran sentimientos de admiración o superioridad, podremos proyectar cuatro tipos de imagen de nosotros mismos bien diferenciadas entre sí: la imagen del seductor ––la meta a la que todo demostrativo aspira––, la del engreído, la del monstruo o la del cantamañanas.
Los demostrativos en modo seductor[2] conseguirán que sus víctimas desarrollen hacia ellos ––les transfieran–– unos sentimientos de admiración y superioridad verdaderamente exquisitos.
Estos individuos se convierten en elementos indispensables en las vidas de sus víctimas; ya que les hacen sentir que, sin su consejo, apoyo, ejemplo, compañía y, en definitiva, maravillosa forma de ser o hacer, no podrán llegar muy lejos.
Así como el dependiente es el seguidor por excelencia, el demostrativo en modo seductor es el líder al que todos querrán seguir. Al inspirar la admiración de quienes caen en sus redes de seducción, también les inspiran la necesidad de seguimiento o adhesión ––y, por ende, sentimientos de dependencia––.
Si el demostrativo consigue dar la impresión de ser, llamémosle, “el más listo” o “el más fuerte de la clase”, no serán pocos los que, considerándose a su lado vulgares insectos, querrán adherirse a la prometedora estela que éste irá dejando tras de sí valiéndose de la que, en cualquiera de los casos, será su mejor o peor encubierta forma de presunción o arrogancia.
Los demostrativos en modo seductor son, a la larga, los demostrativos más peligrosos que existen. Ocultan sus sentimientos de inferioridad y máscaras de arrogancia a la perfección y, en consecuencia, en ningún momento dan la impresión de debilidad o de estar manipulando la atención de sus víctimas para conseguir que éstas les transfieran sus sentimientos de superioridad y desarrollen para consigo mismas los de inferioridad correspondientes. Las personas que caen en sus redes de seducción pueden necesitar del paso de mucho tiempo para darse cuenta ––si es que llegan a hacerlo en algún momento–– del verdadero influjo vampírico y castrador al que son sometidas.
Un demostrativo del tipo gallito en modo seductor, pese a utilizar sus demostraciones de valor para absorber los sentimientos de valentía y capacidad para defenderse a sí mismo de ataques ––psíquicos o físicos–– externos, evitará que sus víctimas lo adviertan o se sientan heridas o infravaloradas por ello. Todo lo contrario: se sentirán protegidas en su compañía y agradecidas por tener la posibilidad de disfrutar de ella. E incluso pensarán que, imitando sus formas de conducta ––aprendiendo de él––, llegarán a ser más valientes.
Una demostrativa del tipo Mrs. Happy en modo seductora conseguirá que sus víctimas desarrollen sentimientos de felicidad en su compañía, sin por ello instigarlos a desarrollar conscientemente ––pero sí subconscientemente–– los sentimientos de ser menos felices que ella o unos amargados.
Los demostrativos en modo engreído, consiguen que sus víctimas les transfieran sus sentimientos de superioridad que tanto codician, sin por ello disimular eficientemente sus pretensiones y forma de conducta arrogante.
Estos individuos no saben ocultar[3] ––o no se molestan en hacerlo–– sus aires de superioridad. Por lo que, por norma general, también le serán transferidos, junto a los sentimientos de admiración y superioridad pertinentes, otros sentimientos no tan apetecibles: de antipatía, rechazo, envidia insana, etcétera
Una demostrativa del tipo Diva en modo engreída conseguirá demostrar a sus víctimas que es una gran seductora o que liga mucho más que ellas y que muchas otras personas. Pero lo hará dándoles la impresión de ser una creída e instigándolas a sentirse forzadas a transferirles los sentimientos de admiración o superioridad correspondientes.
Un demostrativo del tipo sabelotodo en modo engreído conseguirá demostrar a sus víctimas que tiene muchos conocimientos académicos sin poder evitar dejar patente lo muy superior que se siente por esa razón. Aun consiguiendo que éstas le transfieran sentimientos de superioridad vinculados a la acumulación de tales conocimientos, inspirará sentimientos ––que también le serán transferidos–– de antipatía y repelencia al hacerlo.
Los demostrativos en modo monstruo consiguen que sus víctimas le transfieran sentimientos de superioridad a base de inducirlas a sentirse claramente rebajadas o despreciadas.
Estos individuos dan un paso más adelante que los demostrativos en modo engreído. No solo dejan patentes sus aires de superioridad, sino, que, también hacen lo propio con sus intentos de descalificación ajena. Mostrando, por consiguiente, muy poca consideración para con los sentimientos de las personas en general. De manera que también se convierten en el objeto de transferencias de sentimientos de antipatía, desconfianza, resentimiento u odio, e incluso de emociones como principalmente lo son las de los miedos que inspiran desde sus feroces acometidas.
Debido a los riesgos que la forma de conducta de este tipo de demostrativos entraña, suelen buscarse como víctimas a sujetos débiles o de muy baja autoestima a los que, tras mostrarles su faceta más seductora y obtener su seguimiento y dependencia afectiva ––en aquellos casos en los que hacen por forjarse vínculos estrechos con ellos––, muestran también su faceta más insensible, sádica y, en definitiva, monstruosa.
Una demostrativa del tipo superguay en modo monstruo, no solo no disimulará creerse mucho más simpática y aceptada socialmente que sus víctimas. También insistirá en hacer hincapié en cualesquiera que a este mismo respecto sean las limitaciones de estas últimas y se regocijará de ello. Se burlará de quienes caigan bajo su influjo demostrativo por no ser lo suficiente simpáticos o por no tener suficientes amistades. E incluso ––en el caso de mantener un vínculo de “amistad” con ellos–– les dará a entender que, de no ser por el beneficio de su compañía, nadie les haría el menor caso ni les tendría el menor grado de consideración.
Un demostrativo tipo don perfecto en modo monstruo, no se limitará a dejar patente que él es más “todo lo que considere digno de admiración” que sus víctimas. También se burlará de ellas y las despreciará por no ser ––por su puesto, según sus presuntuosas opiniones–– tan perfectas como él. Y en los casos más extremos, hará todo lo que esté en sus manos por inspirarles el sentimiento de ser absolutamente imperfectas, ninguneándolas y humillándolas hasta la extenuación.
Los demostrativos en modo cantamañanas, no consiguen que su público les transfiera los sentimientos de admiración o superioridad que tanto ambicionan. Sus demostraciones de valor son demasiado ingenuas o torpes y no resultan convincentes. Todo lo contrario: solo les sirven para evidenciar poseer los mismos sentimientos de inferioridad que tratan de ocultar y la enorme necesidad de reconocimiento que tienen debido al influjo de los mismos. Sus exhibiciones producen el efecto diametralmente opuesto al deseado; ya que en lugar de servirles para que les sean transferidos sentimientos de admiración o superioridad, les sirven para que les sean transferidos sentimientos de inferioridad.
Los demostrativos en modo cantamañanas se convertirán, pues, por deméritos propios, en víctimas de sus presuntas víctimas.
Un demostrativo del tipo falso maestro espiritual en modo cantamañanas, intentará demostrar lo mucho que sabe y lo muy evolucionado que está en relación a materias espirituales o vinculadas al desarrollo y ampliación de la consciencia. Pero lo único que demostrará, será estar muy verde o incluso no tener ni remota idea de lo que dice o hace al respecto. De manera que el único beneficio que obtendrá de sus víctimas mediante la manifestación de semejantes demostraciones de valor, será el de las transferencias de energía vital que realizarán sobre él al verse forzadas a conferirle su atención. Porque desde luego que, en el plano afectivo-sentimental, se verá reducido a la nada; ya que solo conseguirá evidenciar sus ya referidas carencias[4] y, por lo tanto, solo le serán transferidos sentimientos de inferioridad.
Las estrategias de conducta o formas de reclamación atencional de los demostrativos, instigan a otras personas a comportarse como dependientes o distantes, dependiendo de si se sienten seducidas o no por sus demostraciones de valor.
Si un demostrativo consigue demostrar a otra persona lo mucho que él vale ––no nos olvidemos de ello en ningún momento, en comparación con ella––, a ésta le resultará muy difícil no desarrollar algún nivel de dependencia hacia él. Y, si, por el contrario, la víctima considera que el demostrativo se pone pesado o se comporta de un modo demasiado arrogante o monstruoso, tenderá a distanciarse de él o a hacer oídos sordos a sus demostraciones de valor.
Cuando los demostrativos comiencen a sentir que las personas con las que se vinculan empiezan a depender o a distanciarse de ellos de una forma exagerada, y en consecuencia se sientan asfixiados o rechazados, respectivamente, necesitarán detenerse a realizar examen de consciencia antes de proceder a la realización de las recriminaciones pertinentes. Seguramente serán sus demostraciones de valor las que, en una mayor o menor medida, estén provocando tales reacciones hacia ellos. Aunque lo primero que tendrán que hacer a este respecto, será reconocerse a sí mismos como demostrativos.
De lo único que es reflejo lo que habitualmente se denomina como un ego fuerte ––marca de la casa de todo demostrativo o distante en potencia––, es de un sentimiento de carencia igualmente fuerte. La arrogancia es el escudo de la autocompasión; puesto que, tal y como ya hemos visto, lo que realmente nos instiga a emplearla, es la necesidad por encubrir nuestros sentimientos de inferioridad y desamor.
Mientras que no seamos capaces de asimilar esta circunstancia, no sólo caeremos en las trampas que, en un nivel afectivo-sentimental nos tenderán los dueños de estos egos, sino, que, además, al vernos deslumbrados por su aparente glamur o supremacía, intentaremos emularlos
Aunque la finalidad de los demostrativos no es la de absorber la energía vital de sus víctimas, lo cierto es que estos individuos absorben grandes cantidades de la misma. El por qué se produce esta circunstancia, debiera de resultar harto evidente a estas alturas de la obra: sus continuas demostraciones de valor ––verbales o gestuales–– los abocan a reclamar mucha atención y, por lo tanto, a propiciar que quienes se la confieren les transfieran importantes cuantías de energía vital. Y, como, por otra parte, caen presas de las comparaciones que ellos mismos se afanan por establecer para situarse en una posición más elevada que la de los ––a juicio suyo–– pobres mortales que les rodean, no pueden evitar restar importancia a todo lo que estos últimos viven, hacen o dicen. Lo que se traduce en que, los grados de apertura atencional que les conferirán y las cantidades de energía vital que les transferirán cuando demanden su atención, sean bastante pobres.
Independientemente de que quienes se vinculen con los demostrativos les transfieran o no sus sentimientos de admiración o superioridad, lo que sí harán será transferirles bastante más energía vital de la que estos les transferirán a ellos. Mientras se hallen en su compañía, tenderán a sentir muy bajos energéticamente y, como consecuencia de ello, a sentirse menos dueños de sí mismos y no tan confiados en sus propias posibilidades.
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Otras obras completas del autor:
EL GRAN MAPA de consciencia DEL AMOR y las relaciones
[1] Una persona siente compasión hacia otra porque se pone en su lugar; porque se proyecta en ella o, lo que en el nivel energético viene a ser lo mismo, porque le transfiere sus propios sentimientos de autocompasión. Debe tenerse en cuenta que toda proyección psicológica, implica una transferencia atencioenergética.
[2] La línea que se separa a los hechiceros de los demostrativos en modo seductor, suele ser tan delgada que tiende a desvanecerse por completo.
[3] Normalmente porque no son ––o apenas son–– conscientes de su arrogancia.
[4] Debe tenerse en cuenta que, el arquetipo de demostrativo del falso maestro espiritual, es en sí mismo paradójico en cualquiera de sus modos de representación. Porque el camino de la espiritualidad tiene la finalidad de restarle fuerza al ego; no la de fortalecerlo mediante ninguna clase de demostraciones de valía. De ahí que se le haya dado el nombre de “falso” maestro espiritual.
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