Pincha aquí si quieres leer el libro completo de “El puente de la atención”
.
Los seres humanos hemos desarrollado un sinnúmero de formas de conducta o reclamación atencional, que nos abocan a comportarnos como vampiros energéticos.
Lo primero que necesitamos hacer para invertir semejante proceso es comprender por qué lo hacemos[1].
El término “educación”, proviene del latín educere, que significa “sacar” o “extraer”.
Educar a una persona, implica ayudarla a sacar lo mejor ––y máximo posible–– de ella misma. Y, para hacerlo, resulta imprescindible ayudarla a ver y comprender qué es lo que tiene en su interior; ayudarla a descubrirse a sí misma.
No obstante, nuestra realidad educacional dista sobremanera de esta propuesta.
¿Para qué somos educados los seres humanos? ¿Para mirar y encontrar las soluciones a nuestros problemas dentro de nosotros mismos? ¿Para aprender a comprender por qué somos cómo somos y poder amarnos y moldearnos a nosotros mismos desde nuestro propio prisma de consciencia?
En absoluto. Se diga lo que se diga, la realidad es que somos educados para aprender a “amarnos” y a “comprendernos” a nosotros mismos, a partir del “qué pensarán de nosotros” o, lo que viene a ser lo mismo, de qué formas de atención y niveles de energía nos confieran y transfieran, respectivamente, otras personas.
Nadie nos enseñó a “extraer” nada de nuestro interior, sino, por el contrario, a “meter” en nuestro interior cogiéndolo del exterior.
Hemos sido “maleducados” en la falsa creencia de que nuestro bienestar psicoafectivo, no depende tanto de que invirtamos nuestra atención y energía en nuestro propio desarrollo personal, como de que hagamos lo propio para conseguir que otras personas nos confieran las formas de atención y transfieran las energías que más nos convengan.
Si la gente nos confiere su atención, nos sentimos queridos; si nos admiran, nos sentimos queridos; si se esfuerzan por ayudarnos a conseguir que nos sintamos bien, nos sentimos queridos. Y, por el contrario, si la gente no nos confiere su atención, no nos admira, o no se preocupa por nuestro bienestar, no nos sentimos queridos.
Tal y como hemos sido educados, eso a lo que llamamos autoestima tiene muy poco de autoestima, y mucho de dependientestima. Y eso a lo que llamamos amor propio, tiene muy poco de propio, y mucho de ajeno.
Nadie en este mundo puede llegar a sentirse verdaderamente amado o seguro de sí mismo, mientras que la atención o energía que emplee para ello le sea conferida o transferida a través de otras personas. Tan solo podrá sentirse amado o seguro de sí mismo, “dependiendo” de aquello que éstas hagan o dejen de hacer.
El vampirismo energético es una trampa que:
- Nos convierte en vampiros energéticos
- Nos impide desarrollarnos personalmente y encontrar nuestra propia autosuficiencia energética y afectiva.
- Nos convierte en esclavos ––víctimas–– de nuestras propias víctimas atencioenergéticas.
¿Y todo esto para qué o a cambio de qué?
Para obtener “premios” ––en la forma de transferencias o inversiones energéticas realizadas sobre o para nosotros por otras personas–– que nunca sirven para llenar de un modo permanente los vacíos que nos impelen a buscarlos.
.
¿Te ha parecido interesante? ¿Quieres leer más al respecto?
Pincha aquí si quieres leer el libro completo de “El puente de la atención”
Otras obras completas del autor:
EL GRAN MAPA de consciencia DEL AMOR y las relaciones
.
Si tienes interés, también puedes seguir mis publicaciones en facebook pulsando el botón “me gusta” en el siguiente enlace: https://www.facebook.com/pages/El-puente-de-la-atenci%C3%B3n-de-Fernando-Vizca%C3%ADno-Carles/145235738999366